miércoles, 21 de octubre de 2009

El otoño del pederasta


-La intención de las organizaciones defensoras de niñas y mujeres de impedir la filmación en Puebla de Memoria de mis putas tristes, impone la necesidad de aclarar los términos de la polémica.-

Los demonios de la censura.- Aunque es uno de los fundadores y principales animadores de la célebre Escuela Internacional de Cine y TV en la ciudad de San Antonio de los Baños, Cuba, Gabriel García Márquez y el cine han mantenido una larga relación mal avenida. De las películas inspiradas en sus relatos o incluso aquellas en las que el escritor colaboró como guionista no hay una sola que pueda considerarse una obra maestra de la cinematografía —la mayoría son producciones olvidables. Acaso una veintena o más títulos de cintas mexicanas y coproducciones entre Cuba, Colombia, Chile, Italia o Venezuela —desde En este pueblo no hay ladrones (Alberto Isaac, 1965) hasta El amor en los tiempos del cólera (Mike Newell, 2007)— sean suficientes para demostrar la ingratitud del séptimo arte con el afamado escritor colombiano. Entre las fallidas películas vinculadas a su pluma están, por ejemplo, La viuda de Montiel (Miguel Littin, 1979), Crónica de una muerte anunciada (Francesco Rosi, 1987) y Un señor muy viejo con las alas enormes (Fernando Birri, 1988), por no hablar de El amor en los tiempos del cólera, tedioso melodrama que mereció un Globo de Oro por mejor canción original... de Shakira.
La mala fortuna cinematográfica insiste en perseguir al Nobel colombiano, pues el proyecto de llevar al cine su novela Memoria de mis putas tristes se ha visto frustrado por ahora debido tanto a la protesta de la activista y periodista Lydia Cacho como a la demanda de Teresa Ulloa —directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe— contra “quienes resulten responsables por el delito de apología de la prostitución infantil y la corrupción de menores”. “Pensamos que (la cinta) lleva a naturalizar el fenómeno y pone en grave riesgo a todos los niños y niñas pobres de nuestra América Latina y el Caribe”, dijo Ulloa. En “Pedófilos preciosos y el Nobel” (El Universal, 5-10-09) Lydia Cacho también cuestiona a García Márquez por no expresarse respecto de la intención del gobierno del estado de Puebla de invertir en ese filme —en sociedad con las empresas Televisa y FEMSA— pues, según ella, sería “una apología fílmica de la trata de menores”. El enojo de la periodista es comprensible ya que fue el gobernador Mario Marín quien fraguó su secuestro y vejación en contubernio con el empresario y pederasta Kamel Nacif, denunciado por ella en su libro Los demonios del Edén (Grijalbo, 2005). Lydia Cacho estuvo a un paso de ser encarcelada por “difamación” y violada en la cárcel por mujeres presas que cumplirían las indicaciones de Marín y de Nacif grabadas en la conversación telefónica de todos conocida. La labor de denuncia de abusos sexuales reales a menores que llevan a cabo Lydia Cacho y otras personas y organizaciones es necesaria y debe ser respaldada y protegida por el Estado, pero, como escribe el periodista español Pablo Santiago, autor de Alicia en el lado oscuro, “querer meter todo en el mismo saco (ficción, realidad, literatura, moral, hechos, opiniones) para avalar lo que piensa uno es intelectualmente insostenible”.
Ya en Los demonios del Edén Lydia Cacho había arremetido no solamente contra la novela de García Márquez, sino también contra Lolita, de Vladimir Nabokov; dos obras que, de acuerdo con la también escritora, subliman el abuso sexual infantil. En el breve y penoso capítulo “Succar leyó Lolita” Lydia Cacho cita a la periodista colombiana Sonia Gómez, quien reprocha a su célebre paisano no “haberse ocupado, a estas alturas de la vida, por contarnos historias que nos den luces para salir de esta noche negra de Colombia, donde los niños y especialmente las niñas, se han convertido en carne tierna para roedores humanos”. Para ella El Escritor debe ser la luz y la guía moral de la sociedad, nada menos, como también lo sugiere Cacho: “Otro premio Nobel, J.M. Coetzee, publicó un ensayo en El País, sobre esta obra de García Márquez y su relación con la pedofilia. Coetzee reflexiona sobre la insatisfacción moral que le deja este libro de Gabo; le compara con Kawabata y el Quijote argumentando que el final de Memorias (sic) es moralmente cuestionable. La pregunta a responder es ¿tienen o no escritores y artistas una responsabilidad moral por lo reflejado en sus obras y por cómo se utilicen?”. Para Lydia Cacho la cuestión es tan simple como que la creación literaria y artística no debería abismarse en temas escabrosos ni hurgar en la psicología profunda de seres humanos imaginarios o de carne y hueso, en sus razones, delirios y motivaciones más hondas, sino que debería empeñarse en la creación de mundos y ficciones edificantes que no inquieten a los lectores ni, peor aún, los estimulen a mitificar o imitar conductas reprobables. Por ello sorprende que Lydia Cacho no la haya emprendido aún contra la Biblia por sus repetidos y sangrientos versículos cargados de crímenes, violaciones y atrocidades, ni contra escritores y cineastas como Shakespeare, Sade, Flaubert, Céline, Aguéev, Bukowski, García Ponce, Scorsese, Luna o Vallejo, entre una multitud de ilustres habitantes del enorme catálogo de la literatura y la cinematografía universal que pasarían, según su rasero personal, por apologistas del asesinato, la prostitución, la drogadicción, el adulterio... Para ella y para Teresa Ulloa una película como Memoria de mis putas tristes podría ser tan perniciosa o más que una red de pederastas en la vida real. Curiosamente, Lydia Cacho y la Coalición han pasado por alto que el gobierno de Puebla financió con 14 millones de pesos la película Arráncame la vida (Roberto Sneider, 2008), basada en el best-seller de la poblana Ángeles Mastretta y en la que Catalina Guzmán, de apenas 15 años, se deja secuestrar y desvirgar por el prepotente y asesino general revolucionario Andrés Ascensio, ya casi en sus 40.
Paradójicamente, podrían revertírsele los argumentos a Lydia Cacho pues al denunciar, describir y exhibir, como periodista, crímenes de pederastia, hace algo no muy diferente en su ámbito a lo que sus detestados García Márquez y Nabokov hacen en el suyo. ¿No podría Los demonios del Edén convertirse en fetiche u objeto de culto de algún perverso violador de niños? No importaría, al final de cuentas, si es ficción o información lo que se lee.

escrito por: Rogelio Villarreal.

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